3. De acá hasta allá

He aquí una división del mar Rojo, a la izquierda los musicoterapeutas y a la derecha, los compositores. Todos vamos a caminar 40 años y a comer pan petiso, pero siempre charlamos más con los nuestros. Siempre. Unos hacen para usar y otros hacen para ser.
Una vez más, ninguna elección es mejor. Ninguna es más profunda.
Uno elige qué es primordial, qué es más importante (en el supermercado y enfrente de un piano, claro está); y trabaja para eso y no para otra cosa. Uno elige, ve y hace. Aquí un aplauso a los que saben por qué cada una.
Un tipo piensa que cómo puede ser la injusticia social, qué cómo nos atrevemos a dormir en paz cuando hay tantos niños infraeducados. Abre una escuela de música para chicos con pocos recursos. Reparte trompetas y enseña audioperceptiva.
El hermano se tortura pensando de qué material insatisfactorio está hecho si no puede reproducir eso que le pasa, ¿qué tono es este miedo?, ¿es acaso un piano o un clarinete? Por dios, ¿¿una sonata o una canción con ideas jazzeras?? Resuelve en un rock con piano y violines. Dos minutos cuarenta. Menor.
Ambos, desconsolados y confundidos comparten algo y se separan ahí mismo.
Nacen de una misma madre y se divorcian (con distintos abogados).
Porque uno no puede sino elegir ver a la música como herramienta o como fin (me protejo la cara de posibles ataques). Tal vez elegimos a cada segundo, no es un tatuaje; pero cada decisión musical se ve teñida, me animo a suponer, de un color y no del otro. Después de elegir, después de ver algunas cosas y no otras, hacemos.
No propongo aquí una división de pertenencias y ruptura de fotos, sino una conciencia activa de lo que uno toca. Cuando uno sabe por qué toca, suena mejor. Cuando uno sabe qué quiere, elige mejor.
Escuche buscando. Componga diciendo.
Haga, por todos los santos, haga.