1. Pido la palabra
Agito las manos al aire y promuevo la música sin letra, no por sobre la letrada pero -por dios- por sobre la ignorancia (guiaré ahora al lector a pensar cerca de mí. Prometo tratar de evitar palabras como mejor o más, pero no es tan fácil elegir un disco sin desechar otros).
No necesitamos irnos tan lejos para aprender que la voz está atada a la palabra y que eso condiciona, para bien o para mal, lo que escuchamos; que con suerte es música. No por agregar maltratamos pero sí podemos olvidar que hay otra cosa; porque nacimos rodeados de Beatles y jopos y de canales de música con letra y guitarras fuertes y chicas bailando. Alabados seamos por esto; pero también por vivir cuando la reproducción, la internet, el registro y la globalización nos dejan escuchar casi lo que queramos.
Agarre que el siglo XX dejó para todos.
No pensemos que la instrumental es música necesariamente académica o Clásica o del siglo IV AC, lejos está de ser incomprensible o poco emocionante. Escuchemos que no es tan distinto y que es completamente nuevo. Pongamos de vez en cuando otra voz: un saxo, un xilofón, algún amigo piano. Aproveche las magias del arte que elige, aproveche esta ganga que poco se nos permite en la vida de subtes y sueldos: abstráigase de todo. Sea sólo eso que flota y es aire.
¿No ve que es más fácil ser música cuando no habla otro idioma?
Hable música.
Salgamos de la radio y el video clip y vayamos a la melodía pura, sin cinturón de seguridad y a la buena del que te jedi. Elijamos con experiencia. Ponga orejas nuevas a todo lo previo.
Escuche hasta que le sangre, caballero; escuche y no pare, damisela.
Libertad
Ahora enfoquémonos, como quien con cámara en mano guía la atención, en un asunto un poco más personal, más íntimo; la libertad de quien es música (con suerte) por unos minutos.
Un sujeto X toca la guitarra como si no hubiese mañana rodeado y ayudado por compañeros o amigos o músicos o todo junto y con bigotes. El sujeto deja de ser Aurelio Miravaldes para ser ejecutante número 2 (la voz toma el protagonismo en casi todas las oportunidades), deja su persona cotidiana que va al mercado y paga cuentas y besa y putea y olvida cumpleaños; ahora es sólo similar a esa materia efímera de la que está hecho el recuerdo de un olor y el placer.
La música, como pocas otras artes, no por mejor sino por distinta, logra hacernos ser el arte por ese rato que estamos arriba del escenario. No somos Otelo ni somos Piazzola, no somos otra cosa que música. Entonces el público presencia una transformación, una reencarnación, una metamorfosis y la apertura de una puerta que deja ver al final de un pasillo largo un costado de la música. He aquí la magia de la música en vivo, que batalla con el placer de abandonar cualquier estímulo no musical mientras se escucha un disco.
Pero no abordaremos esta pequeña batalla moderna, sino sólo aquello a lo que alcanzamos con la mano estirada (o suponemos hacerlo).
Entonces, ya lejos de las proposiciones políticas y las recomendaciones, pregunto: ¿existe otro placer musical que el de salir de nosotros? ¿Qué se disfruta sino el viaje, el paseo? Ya sea uno el señor Miravaldes o el oyente número 17, ¿qué buscamos sino salir de nosotros para decir o escuchar en otro lugar, más claro y sin desdobles? ¿Hay otra promesa que la de liberar al afortunado que se hace música?
Un sujeto X toca la guitarra como si no hubiese mañana rodeado y ayudado por compañeros o amigos o músicos o todo junto y con bigotes. El sujeto deja de ser Aurelio Miravaldes para ser ejecutante número 2 (la voz toma el protagonismo en casi todas las oportunidades), deja su persona cotidiana que va al mercado y paga cuentas y besa y putea y olvida cumpleaños; ahora es sólo similar a esa materia efímera de la que está hecho el recuerdo de un olor y el placer.
La música, como pocas otras artes, no por mejor sino por distinta, logra hacernos ser el arte por ese rato que estamos arriba del escenario. No somos Otelo ni somos Piazzola, no somos otra cosa que música. Entonces el público presencia una transformación, una reencarnación, una metamorfosis y la apertura de una puerta que deja ver al final de un pasillo largo un costado de la música. He aquí la magia de la música en vivo, que batalla con el placer de abandonar cualquier estímulo no musical mientras se escucha un disco.
Pero no abordaremos esta pequeña batalla moderna, sino sólo aquello a lo que alcanzamos con la mano estirada (o suponemos hacerlo).
Entonces, ya lejos de las proposiciones políticas y las recomendaciones, pregunto: ¿existe otro placer musical que el de salir de nosotros? ¿Qué se disfruta sino el viaje, el paseo? Ya sea uno el señor Miravaldes o el oyente número 17, ¿qué buscamos sino salir de nosotros para decir o escuchar en otro lugar, más claro y sin desdobles? ¿Hay otra promesa que la de liberar al afortunado que se hace música?
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